Publicado en Actitud PJ Harvey.
Fue un martes 7 de enero cerca de las 3 de la tarde, en la habitación 24 del hotel ubicado frente a la estación de trenes de Alta Córdoba. Nos bajamos del auto. El sol ardía sobre el cuero del Falcon y la ropa se nos pegaba en la piel transpirada. Yo no pensaba en sexo, más bien me preguntaba si en la habitación habría aire acondicionado. Juan hurgaba los bolsillos del jean y contaba los billetes. 35 pesos la hora. Le entregó 50 al hombre que estaba detrás del mostrador.
–Deme dos aguas sin gas, -le dijo.
Subimos por las escaleras. El pasillo era angosto. La puerta de la habitación estaba abierta. Pasamos y cerramos con llave. Adentro olía a perfume barato. La alfombra y el cubrecama bordó, el empapelado manchado de humedad. La ventana que daba al patio interno del edificio estaba cerrada y un ventilador encendido giraba en el techo. Nos descalzamos y nos acostamos boca arriba. Juan prendió la tele. Yo observé las rayas de luz que se colaban por los postigones rotos.
-Acá está más fresco… -dijo mientras destapaba la botella de agua.
-Podría retratarte como Nan Goldin a su pareja, -le dije. -Este lugar es igual de deprimente.
-Vos quisiste venir.
-No dije que no me guste, dije que es depre.
-La depresión te inspira.
-A vos también.
Nos quedamos en silencio. Juan encendió un cigarrillo. Le di la espalda. Pensé en el amor como un hábito antes doloroso, ahora -más bien- triste. Después me quedé dormida. Creo que él también. Fue el llamado desde recepción avisando que se había acabado nuestro turno el que nos despertó.
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